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Con una trayectoria fuertemente ligada al ámbito teatral, la vida de Ana Garibaldi (52) se desarrollaba sin sobresaltos, entre la docencia y la actuación en teatro, un formato que le ha regalado grandes proyectos, como los que realizó bajo la dirección de Daniel Veronese, y con los que salió a pasear por el mundo. Pero todo cambió hace seis años cuando, tras verla en una función de “Tercer cuerpo” de Claudio Tolcachir, el productor Pablo Culell quedó impactado por su interpretación y se prometió que algún día la llamaría para trabajar en la televisión. Sólo había que esperar que aparezca un personaje a su medida, y apareció: Gladys -la mujer y cómplice de Mario Borges- de “El Marginal”.

Con este personaje, Ana, que empezó a actuar a los 15 años y desde entonces nunca más paró, empezó a ser reconocida en la calle. Aunque no era su debut en la pantalla chica, donde había sido parte de producciones como “Soy Roxy” (TV Pública) y “Tratame Bien” (El Trece), sí era la primera vez que tenía continuidad con un personaje muy diferente a todos sus anteriores, y que la desafiaba en todos los sentidos.

En diálogo con EL DIA, la actriz, que está casada con un restaurador de obras de arte y con quien tienen a la pequeña Amanda, se refirió a su participación en la popular serie creada por Sebastián Ortega que saltó de señal estatal al catálogo de Netflix, donde se acaba de estrenar una cuarta temporada que sigue rompiendo récords reproducción. En estos nuevos capítulos, Ana protagoniza escenas conmovedoras, por su crudeza, violencia y drama.

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Ana Garibaldi y Claudio Rissi como Gladys y Borges en “El Marginal”

-Cuando te proponen este personaje, ¿dijiste que sí enseguida?

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-Sí, sí, claro. Venía de un lugar que estaba muy bueno. No sabía que iba a tener la repercusión que tuvo la serie. Nadie sabía que iba a pasar esto. Pero dije que sí, era trabajo, los libros eran interesantes. Entré como para hacer un bolo, no sabía cuánto podía llegar a durar el personaje, y la cosa fue creciendo.

-Fue creciendo en protagonismo, en drama, en violencia. Ha tenido una escalada impresionante. ¿Cómo viviste el desarrollo de tu Gladys?

-Vas escalando, y van pasándole cosas ricas al personaje, que van sumando capas. La violencia nunca dejó de existir, porque estamos en un ámbito carcelario, realmente muy marginal, pero es algo donde podés trabajar en otras cosas, no es solamente hacer el malo y punto. El guión te va pidiendo más cosas.

-Gladys tiene varios matices, ¿cómo trabajaste el proceso de su construcción?

-La fui creando con esta idea de una mujer que va muy para adelante. El chicle me ayudó muchísimo, aunque parece una pavada, pero le da una impronta arrabalera y a mí me coloca en un lugar de más seguridad. Y se fue construyendo a medida que fueron llegando las escenas, porque como fui como un bolo, no sabía cómo iba a continuar. Y a esa base, a esa impronta que yo le di, se le fueron sumando los libros y ahí empezás desarrollando, con tu imaginación y se va armando con tu compañero de escena.

-¿Tomaste alguna referencia del cine o la televisión?

-La verdad que no. Porque fui por un bolo, pensando que se iba a terminar rápido, y después empezó a crecer. Yo laburo muy intuitivamente, también. La tele medio que te pide eso. En teatro por ahí uno tiene un poco más de tiempo de pensar y de ensayar. Yo creo que es muy del momento, muy instantáneo lo que te pasa. Pero creo que hay algo de la posición, de la forma del cuerpo, de la ropa que me eligieron, del maquillaje. Todo eso me ayudó un montón. Además de las marcaciones del director, claro.

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Entre la venganza y el horror se mueve el personaje de Ana Garibaldi

-¿Tenías alguna experiencia en el género tumbero?

-No. Nada. Era la primera vez. De hecho, era la primera vez que yo iba a una cárcel real, como fue cuando grabamos en Caseros. No tenía ningún tipo de contacto con ese mundo.

-Dicen que las paredes hablan. ¿Se sintió ese ambiente espeso en el rodaje?

-Sí, muchísimo. Siempre lo cuento, porque es real. La cárcel de Caseros tiene una historia de presos comunes pero también tiene historia con la dictadura, una historia muy muy pesada. Y entrando a ese lugar no podés no sentirlo de alguna manera. Sin ponerme mística ni nada, porque no tiene que ver con eso. Sino que las paredes están ahí, es un escenario real. Obviamente que eso después trasciende y pasa a ser tu escenario y el lugar donde comés, donde charlás, te reís y pasás a otra cosa. Pero recuerdo volver los primeros días y tener una sensación rara de no entender qué me pasaba hasta que caí hablando con compañeros que sentían lo mismo. Hasta que se te vuelve escenografía. Si te conectás con lo que pasó, o con lo que pensamos que pasó o lo que imaginamos, es duro.

“Para la escena de sexo, me interesó que los autores pensaran en estos cuerpos que no son los cuerpos que se solían usar”

-¿Y cómo se vivió el cambio de locación para esta nueva temporada?

-Armaron algo que realmente es impresionante y también es siniestro (...) Se levantaron paredes, se pusieron rejas reales. Todo lo que vos tocabas era construcción, no hay ninguna cosa de cartón. Todo era en el ámbito de esa fábrica gigante, y se usó todo. Y obviamente se acondicionó. Barrotes reales, bancos de madera reales. Eso te da una sensación para actuar que está buenísima.

-¿Todas las escenas del interior de la cárcel se grabaron ahí?

-Sí. Todo lo que es en la cárcel, está ahí. Tenés la parte de las celdas, el comedor, los patios, los baños, las escaleras. Es terrible, igual (risas).

-En la temporada anterior protagonizaste una escena de sexo que fue muy comentada. ¿Te resultó difícil?

-Cuando leí el libro dije ‘a la mierda’. Yo en ‘Tratame bien’ había hecho una escena de sexo pero muy tranqui, más romántica. Pero acá me pareció interesante. Dije ‘uy, qué fuerte lo que tengo que hacer’ pero me copaba. Me interesó que desde el libro, los autores pensaran en estos cuerpos, tanto el de Claudio como el mío, que no son los cuerpos modelos que se solían usar, porque ahora está todo cambiado. Me interesó que contaran esa parte de la pareja y que la pusieran en ese desafío.

-Aparte Gladys no podía ser tímida en ese aspecto.

-No, podía ser tímida y además es su marido de años y lo habrá ido a visitar a no sé cuántas cárceles y esta es una situación común. Él cayó preso no sé cuántas veces y habré hecho no sé cuantas visitas higiénicas (risas). Yo me imaginé un poco eso, sin saber ningún dato. Pero en el momento de grabar, lo que me vino bien fue que fue una de las primeras escenas de la temporada, no tuve que esperar y hacerme mucho la cabeza con qué iba a pasar.

-Te lo sacaste de encima, digamos.

-Claro, pero no sacármelo de encima por hacerlo rápido y chau, porque lo disfruté. Pero no tuve que seguir pensando mucho. Con el director lo que charlamos, y con Claudio, es que realmente es una escena cruda, pasional, donde se los ve con los cuerpos que tenemos, y hacerlo. Lo que no me gusta a mí, en general, es cuando veo escenas de sexo, no me gusta la típica escena donde se levanta el actor y se cae la toalla y sale de cuadro, o la chica maquillada en la cama. Ese tipo de cosas son muy inverosímiles, me sacan a mí como espectadora de la historia de la que estoy participando o viendo, y no quería que eso pasara. Lo único que pedí es que fuéramos con lo que es. Así fue y así salió.

-En esta temporada, tenés escenas crudísimas, una en particular que es desgarradora ¿Cómo la manejaste?

-Fue todo muy respetuoso. Nada es al azar y la verdad es que hasta me pude divertir. Es terrible lo que te digo pero pude como actriz divertirme en las pruebas que hacíamos. Hay mucha ayuda también, de la gente de efectos especiales y arte: te dicen vos vas a caer acá, te va a dar la trompada acá, vas a hacer esto. Hay una coreografía armada para que vos no te lastimes, no la pases mal. Entonces, lo único que tenés que hacer es actuar, que es lo que uno sabe hacer y lo que uno intenta hacer. No fue complejo.

-Después de esa escena, viene otra de muchísima profundidad, en la que Gladys muestra un costado no visto.

-Yo ahí quería contar, lo que imaginaba en mi casa, es que por más que Gladys tenga toda esta impronta, y sea una tipa que si te tiene que pegar un tiro te la pega y es violenta, es una mujer. Y que le pase eso, con todo ese bagaje que tiene y donde ella está siempre dominando la situaciones que sale ganando, me parecía que era muy duro para cualquier mujer. Quería contar algo de esa fragilidad y por suerte la escena estaba, me dieron esa posibilidad.

-Y cómo se guarda todo...

-Yo creo que, como le pasa a mucha gente, no lo puede contar; y aparte porque no quiere que su marido, que está encerrado, se enloquezca y no va a poder hacer nada hasta la venganza.

-Más allá del drama, tenés escenas que, imagino, deben ser divertidas para enfrentar como actriz.

-Las escenas que hacemos con Silvana (Claudia) nos matamos de risa. Siempre que nos toca hacer las pistoleras me copa. Los primeros tiros que tuve que pegar fueron en la temporada tres, y eso sí me asustó. Me daba miedo lastimar a alguien o lastimarme. Enseguida entré en confianza y me gustó (...) La escena de la irrupción a ese galpón donde está la festichola es bárbara, es muy divertida. Y después también lo que a ella le pasa haciéndole lo que le hace al pibe. Lo que a ella le sucede son cosas muy lindas de actuar. Desde el libro y la dirección te dan cosas muy copadas para hacer. Cosas muy contradictorias internamente que están buenas.

-El hecho de venir haciendo este personaje desde hace seis años, y de ir sumándole capas temporada tras temporada, ¿lo hace parecer de algún modo a la forma de trabajar en teatro?

-Ya tenés como una base de personaje y esperás que vengan las escenas que son las ideas que van a aparecer, que son nuevas. Y ahí ves qué te va a pasar o qué tenés que hacer. Ya tenés una base armada físicamente, emocionalmente. Una línea de pensamiento. Para mí es súper importante. Para mí la cámara, lo que tiene la tele como lenguaje, es que te hacen un primer plano y si no hay pensamiento del actor, no pasa nada. Por más que estés llorando o haciendo de todo. En el caso del teatro, vos repetís algo que ya sabés que tenés que hacer, y que va creciendo en cada función, pero en este caso no repetís, sino que hacés todo el tiempo algo nuevo. Te da la chance de probar cosas nuevas.

“Por más que Gladys tenga toda esta impronta, y sea una tipa que si te tiene que pegar un tiro te la pega, es una mujer”

-¿Cuándo sentiste que el personaje estaba pegando?

-En la primera temporada había algo que me empezó a pasar con la gente. Con colegas que me contactaban y me felicitaban y después empezó a pasar algo con la gente en la calle. Es tan popular la serie, y tan masiva, que empezó a pasar algo. A medida que van pasando las temporadas, y que voy teniendo más escenas y más incidencia en la historia, empieza a pasar otra cosa.

-Me acuerdo cómo se disfrutó una de tus primeras escenas patoteras cuando apuraste al psicólogo en la puerta del penal...

-Fue la escena ícono que quedó de Gladys, y todo el mundo me hablaba de esa escena. Después cuando vino la del sexo, era de esa. Y siempre se va sumando una preferida. Pero a partir de ahí pude desplegar un poco más el personaje: una patotera que logra que el tipo siga atendiendo a Diosito, no es que lo hace y queda ahí.

-¿Cómo analizás el furor que despiertan estos personajes “malos” queribles? ¿Por qué generan tanta identificación?

-Es una pregunta que habría que hacérsela a un sociólogo. Yo creo que es una serie que atraviesa todas las clases sociales, los ámbitos, las profesiones. Creo que hay un grado de violencia que tenemos todos en el interior, algunos lo desarrollan y otros no, y hay algo de esa identificación que aparece. Los mensajes que me mandan son ‘qué bueno lo que le hiciste al pibe’ como festejando un delito. No sé qué es lo que pasa. Creo que ponen en una ficción lo que querrían hacer y que tal vez no hacen y está bien que no lo hagan porque la verdad es que lo que hace Gladys no está bueno.

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“Diosito” Borges (Furtado) y Gladys, en una escena de la tercera temporada de “El Marginal” / Netflix

-Con la quinta y supuestamente final temporada ya grabada, ¿cómo va a ser despedirte de este personaje?

-No lo pensé. Es muy raro. Como la quinta está guardada, siento un poco de disfrute. Y no sé qué me va a pasar. Por ahora disfruto de la cuarta, que recién aparecimos y ya hubo 40 millones de reproducciones en menos de una semana. Es un delirio. Y lo siento en la calle también. Ayer llevé a mi hija (Amanda, 5 años) a la plaza y la gente, con barbijo y todo, me reconocen. Hay una cosa que está explotada. No quiero pensar en que me despido. Quiero seguir disfrutando el momento. Y ver si abren algunas puertas con la llegada a tantos lugares de la ficción.

-Amanda, ¿ha visto algo de tu personaje?

-El otro día la enganchamos con mi marido cantando la canción anterior de “El Marginal”, la de Sara Hebe. No sabemos de dónde la sacó. Sabe que soy actriz, la he llevado al teatro antes de la pandemia, pero no me pide verlo y ¡por suerte! porque no le puedo mostrar casi nada.

-¿Qué dice tu marido? ¿Te sale algo de Gladys en tu casa?

-Me hace reír porque tengo un tono para hablar fuerte, y entonces, cualquier cosa que digo, cree que estoy enojada. Pero estamos muy acostumbrados a que surja acá o en la calle. Nos reímos de la situación. Los compañeros de laburo lo cargan.

-¿Le dicen que se cuide de La Gladys?

-Sí. Pero por suerte somos muy distintas (risas).

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